La tradición musulmana ha dedicado siempre gran
atención a la descripción detallada del paraíso, donde se dice los ríos son de
miel, leche y vino, y los arboles siempre tiene las hojas verdes, sus ramas
jamás se secan y su sombra siempre es fresca y agradable. También hay árboles
de los que crecen hermosas vestimentas bordadas y a cuyo pie nacen caballos
alados cuyas sillas son adornadas con incrustaciones de perlas. Los elegidos de
Dios pueden montarlos y recorrer con ellos el paraíso.
Pero tal vez el mayor de los placeres venga de las
manos de las Huríes. Estos seres femeninos que pueblan el paraíso tienen el
rostro de cuatro colores, rojo, blanco, verde y amarillo, y sus cejas parecen
un trazo negro colocado sobre la brillantez de su rostro. Cuando una Hurí
sonríe, sus dientes desprenden tal resplandor que el Arcángel Gabriel creía que
se trataba de la luz del señor. Si una Hurí escupiera sobre sesenta y un mares
estos se volverían dulces como la miel debido a la desenfrenada dulzura de sus
labios.
En su pecho llevan escrita la siguiente inscripción,
referida a quien va a gozar de ellas: “Tu eres mi amor y yo soy tu amor; yo
misma llegue junto a ti, y mis ojos nunca vieron algo semejante a ti”
Cada Hurí tiene setenta túnicas que son semejantes
amapolas y tan finos y livianos que se entrevé la belleza de sus piernas. Sobre
su cuello se deja desprender setenta clases de perfumes, sin que dos sean
repetidos. En cada brazo llevan diez pulseras de oro, en cada dedo diez anillos
y en cada tobillo diez argollas de aljófar y de perlas. El brillo de cada
brazalete sería capaz de apagar la luz de mismísimo sol y de la luna.
Desde los dedos de sus pies a las rodillas están
hechas de azafrán, desde sus rodillas hasta sus senos de almizcle oloroso,
desde sus senos al cuello de ámbar brillante y su cabeza es de alcanfor blanco.
En su cabeza existen cien trenzas y entre cada trenza setenta mil moñas, las
cuales son más brillantes que la luna llena.
Todas las Huríes están enamoradas de su elegido. Cada
vez que se hace el amor con una Hurí se la vuelve a encontrar virgen. En
el Paraíso musulmán el orgasmo dura ochenta años y la sensación es tan intensa
que si sintiéramos semejante placer en la tierra moriríamos con toda seguridad.
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